Colegio público "Anselm Turmeda" (nombre de un escritor árabe nacido en Mallorca en 1352 y muerto en Túnez en 1430) donde una niña de ocho años sufrió una brutal paliza por parte de varios alumnos del mismo centro al finalizar el recreo
PÁNFILOS
¿Quién fue realmente culpable de la agresión a la niña en
el colegio Anselm Turmeda de Palma? De momento hay varios sospechosos: la
directora del colegio, la tutora, el profesor o profesora que vigilaba el
recreo, y quizá algún otro profesor del centro, sin que podamos descartar a los
conserjes ni a los encargados de la cafetería, ni tampoco a los transeúntes que
pasaban por la calle en el momento de la agresión. Por supuesto, de los alumnos
que agredieron y patearon a la niña no se acuerda nadie. Ni siquiera sabemos
sus nombres, porque hay una legislación ultragarantista que les concede todos
los derechos y no les exige ni una sola responsabilidad. Tampoco a sus padres,
ni a sus tutores, ni a sus familiares, a los que nadie se atreve a reclamar una
responsabilidad subsidiaria por la violenta conducta de sus hijos, una
conducta, no lo olvidemos, que mandó a una niña al hospital a base de golpes y
patadas. No, nada de eso. Toda la culpa es de los profesores y responsables del
colegio.
La pobre niña sufrió sufrió una fisura de costilla, el desprendimiento
de un riñón, un hematoma en la cabeza y varias contusiones
Todo esto es asombroso. Que
sepamos, ni siquiera se ha expulsado del centro a los alumnos implicados en la
agresión, pero ya hay 2.500 personas que piden la dimisión de la directora en
las redes sociales. Y por si fuera poco, la policía ha interrogado a la tutora
y a otra profesora "para establecer si hubo negligencia". Negligencia
es una palabra muy peligrosa en nuestro tiempo. Enseguida la asociamos con el
cirujano que se dejó el móvil en la tripa del paciente o con el camionero que
conduce a 120 por hora mientras participa en un animado chat en “Whatsapp”. Y
hoy por hoy, la mera sospecha ya se equipara con la culpabilidad: si te
interrogan, si te investigan, es que algo habrás hecho, piensa la gente.
Ésta es la situación a la que conduce el buenismo zapaterista del pijiprogresismo por legislar que ni un padre ni una madre pueden darle un bofetón a sus hijos
Es decir, que toda la
responsabilidad de una agresión salvaje se está desplazando hacia quienes no
tenían otra misión que vigilar el recreo o dar clases a los niños. Y esas
personas —los profesores— son las que sufren ahora la angustia y las
humillaciones más sangrantes, porque todas las sospechas recaen sobre ellas: no
estaban en el patio cuando debían, o no supieron detectar lo que ocurría a
tiempo, o no elaboraron uno de esos interminables "protocolos de
prevención" que podrían haber evitado la paliza (nuestros burócratas
educativos profesan la variante moderna del pensamiento mágico: cinco kilos de
papelotes pueden obrar el milagro de impedir que un niño hiperviolento ataque a
otro en el recreo).
Hoy muchos hijos actúan como tiranos con sus propios padres
El caso es que todas las miradas se fijan ahora en los
profesores y en la directora, cuando todos sabemos que se ha privado a los
profesores de toda autoridad y de todo poder, siquiera sea el de reprender
levemente a un alumno. Pero ahí está la policía, vigilando el colegio e
interrogando a los docentes, mientras los verdaderos agresores podrían estar
alardeando de la paliza que le dieron a la niña en sus cuentas de Facebook sin
que esa conducta vergonzosa pudiera acarrearles ni la más mínima molestia. La Ley
del Menor protege hasta tal punto a los menores de 14 años que es imposible
acusarles de nada, hayan hecho lo que hayan hecho, pobrecitos.
Cerca de una docena de estudiantes con edades comprendidas
entre doce y catorce años la arrojaron al suelo y la patearon
Mucha gente cree que las
conquistas de nuestro Estado del bienestar —y la enseñanza pública es una de
las más importantes— sólo están en peligro por culpa de los recortes del
capitalismo caníbal. Pero lo que casi nadie ve es que la extensión de la
irresponsabilidad en el uso (o más bien en el mal uso) de esos mismos servicios
también está poniendo en peligro los logros que disfrutamos. ¿Quién va a querer
ser docente si sabe que un día le van a culpar de una paliza que sólo es responsabilidad
de quien la ha dado? ¿Y quién querrá ser profesor cuando sabe que está
indefenso ante burlas y humillaciones de toda clase y los verdaderos culpables
se van de rositas? Pero nuestra legislación educativa profesa un extraño
panfilismo: los menores son intrínsecamente buenos y por tanto no se les puede
acusar de nada. Como si un menor no pudiera ser cruel y violento. O como si un
menor no pudiera ser un monstruo consentido y un pequeño dictador que se cree
con derecho a todo.
Cuando se priva a los profesores de autoridad se tiene que
recurrir a la policía, pero mejor hubiera sido prevenir que curar
Si alguien se pregunta por qué el
buenismo relativista va cayendo en picado (ahí están los pésimos resultados
electorales del PSOE), quizá debería recordar quién cometió la agresión en el
colegio y quién está siendo acusado de ella. Todo al revés. Y todo equivocado.
(Artículo de opinión escrito por Eduardo Jordá y publicado
en el periódico “La Provincia” el viernes 20 de octubre de 2016)
Ahora el abogado de la familia de la niña denunciará los hechos ante la Fiscalía de Menores por un delito de homicidio en grado de tentativa, además de presentar una querella por presuntas infracciones penales contra la dirección del colegio, la tutora y los profesores encargados de la vigilancia y custodia del recreo, amén de la Consellería de Educación, el conseller y los funcionarios del Gobierno de Baleares relacionados con el expediente de la agresión