LA CANIJA
He visto las imágenes y me han provocado un regusto amargo. Una rubita –¿o era pelirroja?– pequeñaja, insignificante, canija, increpaba en Valencia a un policía. No sólo descalificaba rotundamente la honestidad de la madre del agente sino que, por añadidura, de su boca, deformada por el odio, salían a sucios borbotones consignas absurdas y guerracivilistas.
Por su parte, el policía tendía las manos intentando no rozarla siquiera a la vez que, una y otra vez, le daba las gracias por, supuestamente, apartarse. Reconozco que semejante dislate no me ha sorprendido tras los siete años de erosión absoluta del Estado de Derecho que significaron los gobiernos de ZP. Sin embargo, no deja de causarme escalofríos porque constituye una radiografía de los residuos a que ha quedado reducido nuestro Estado de Derecho.
En cualquier nación democrática y normal, la canija insultona habría sido detenida inmediatamente y llevada ante un juez por injuriar a un agente del orden público si es que no bajo cargos más graves. Tras ser dictada su condena, habría pasado una temporada conveniente a la sombra para que aprenda a respetar a la gente que se juega la vida para que ella esté segura o, caso de ser menor, habría realizado trabajos sociales para que se entere de una vez que hay problemas muy serios en la sociedad como para perder el tiempo haciendo la revolución.
En España, por el contrario, la canija se ha convertido en una heroína del ejemplo de agitación y propaganda en que se ha transformado Valencia en las últimas jornadas. Pero es que esa misma sociedad contempla impertérrita como el dirigente máximo de las algaradas es un tipo que lanza por internet consignas en favor del uso de la violencia mientras que con veintitrés añazos sigue cursando estudios de FP. Seguramente, cuando no se han terminado los estudios a esa edad también el deseo de jugar a Trotsky y de acabar con la paz social se agudiza.
Y si eso sucede en una pacífica capital de provincia donde el PP arrasa en las urnas, ¿cómo nos puede extrañar que en aquellos poblachos donde gana electoralmente ETA imponga su voluntad? Nadie se va a oponer a ello sabiendo como sabemos todos que, de hacerlo, las fuerzas del orden público serían crucificadas por los más diversos medios de comunicación –alguno cerrado recientemente– y por todo el arco parlamentario del PSOE hasta Amaiur.
Pues bien, si esta sociedad acepta que vagos que no cogen un libro, canijas gritonas y terroristas subvencionados le dicten cómo ha de vivir sin que puedan protegerla las fuerzas policiales estamos aviados. Al cabo de unos meses, no más, serán nuestras libertades y nuestras posibilidades de salir de la crisis las que se habrán quedado canijas, tanto que ni se podrán ver.
(Artículo de opinión escrito por César Vidal y publicado
por el diario "La Razón" el domingo 26 de febrero de 2012)
César Vidal Manzanares
(Madrid, 1958)