lunes, 11 de abril de 2011

Sobre los privilegios de una casta de mangantes



LOS SEÑORITOS EURODIPUTADOS

Si nadie sabe para qué sirve un diputado, no digamos ya un senador. En cambio, con los eurodiputados no cabe duda: sirven para inflar la cuenta de gastos. Son imprescindibles. Sin ellos no podríamos despilfarrar todo el dinero que nos sobra, esas carretadas de millones que tiramos en impuestos y que, de no ser por el sacrificio de estos heroicos cantamañanas, tendríamos que quemar inútilmente en la plaza pública. ¿Queremos que piensen que somos unos pobretones que no tenemos ni para dar de comer a esta alegre recua de gorrones?


El eurodiputado es la evolución lógica del señorito andaluz, la versión mejorada de un orondo obispo medieval, el ectoplasma vivo de aquellas marquesas que se revolcaban en oro y que, cuando el populacho protestaba que no había pan, respondían que comiera pasteles. Sí, de acuerdo, pero también son la facha suntuosa del pueblo, el atuendo impecable de aquel hidalgo del Lazarillo que por fuera chorreaba nobleza mientras por dentro hervía de liendres y roña. Es decir, necesitamos a estos perfumados chupasangres para que el mundo no vaya a creer que aquí, en pleno epicentro del bienestar, nos morimos de hambre. No bastaba con la Moncloa, con la Zarzuela y con el dispendio exponencial de los borboncitos. No bastaba con esa concejala de Medio Ambiente que un día pide a los madrileños que utilicen el transporte público y luego ella usa la limusina pública para hacerse la permanente.

Viñeta de José Manuel Puebla

No había suficiente con todos esos diputados que acuden a clases de sueño intensivo en el Congreso ni con esos senadores que van a trabajar un día sí y otro tampoco. El eurodiputado ilustra el sentido último de la política, aquel en que el servicio público se ha transformado en un servicio público. Sí: en un retrete lleno de mierda. Sion la demostración viviente de que nuestro sistema está a punto de colapsar, porque llega un momento en que hay más ladrones que casas que robar, en que el parásito es más grande que el bicho al que sangra. Un vuelo en business sale aproximadamente tres veces más caro que en clase turista, pero nuestros señoritos deben roncar confortablemente envueltos en el Financial Tinmes mientras las azafatas les arrullan. Business, por si no lo saben, significa negocio.

(Artículo de opinión escrito por David Torres y publicado en "El Mundo" el viernes 8 de abril de 2011)



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