De izquierda a derecha: José Castro (Córdoba, 1947), el magistrado que lleva el caso Nóos; Pablo Ruz (Madrid, 1975), encargado del asunto Bárcenas; Javier Gómez Bermúdez (Málaga, 1962) en cuyas manos estuvo el extraño juicio sobre el 11-M; y Mercedes Alaya (Écija, 1963), la juez que carga sobre sus hombros el macroproceso de Mercasevilla y los ERE en Andalucía
ESOS JUECES
La apabullante abundancia de corruptos y las zozobras de la
crisis están teniendo una consecuencia inesperada: la entrada en escena de un
puñado de jueces que, de pronto, parecen haberse convertido en nuestra última
esperanza. Qué mudables son las sociedades en épocas convulsas: en junio de
2012, un sondeo del CIS mostraba que el 58% de los españoles tenían poca o
ninguna confianza en los jueces. Hace unos días, otro sondeo ha dictaminado que
siguen siendo los profesionales menos valorados (no entraban los políticos),
pero ojo porque la encuesta es diferente: ahora se pedía su puntuación y han
sacado 59 sobre 100, o sea un aprobado alto. Creo que no hace falta ser del CIS
para apreciar que, en los últimos meses, una serie de magistrados se están
convirtiendo, para muchos, en los únicos interlocutores institucionales válidos
ante las angustias de la sociedad. Y, así, admiramos a Mercedes Alaya, sola e
implacable ante la marranada de los ERE (tiene una página de fans en Facebook
que ya va por los 17.000 seguidores); y desde luego al juez Castro, que ha
tenido el coraje y la dignidad de imputar a la Infanta, devolviendo al país la
credibilidad en el sistema legal; y a Vigués, el decano de Valencia que hizo el
informe contra los desahucios; y a los muchos magistrados que, desde Vigo hasta
Lanzarote, se están negando a echar a la gente de sus casas. Estamos tan
necesitados de héroes civiles, de poderes protectores y de paladines, que, de
seguir así, los jueces se convertirán en el estamento estrella. Lo cual enseñaría
a los políticos que recuperar el aprecio ciudadano es cosa fácil. Bastaría con
dejar de perseguir ferozmente a quienes protestan (veo más violencia en las
declaraciones políticas que en la mayoría de los escraches, según testigos) y
con demostrar que por lo menos son capaces de escuchar el dolor de la calle.
Rosa Montero, “El País”, (9 de abril de 2013)
Rosa Montero
(Madrid, 1951)
Escritora y periodista
COMENTARIO
Se trata de un texto con carácter expositivo-argumentativo. Expositivo, porque en él se exponen datos estadísticos basados en encuestas y se mencionan aspectos puntuales de jueces en principio honestos o valientes. Y posee también un carácter argumentativo, porque aporta la idea de cómo deberían los políticos imitarles siguiendo el mismo camino.
El texto pertenece al subgénero periodístico de la columna
de opinión y se enmarca en la doble situación de crisis económica y corrupción
moral que padece España. Lo ha escrito la novelista y periodista profesional
Rosa Montero, una escritora de índole sentimental con treinta años de
trayectoria literaria aproximadamente. El título hace una referencia somera a
unos pocos jueces que por su rectitud nos resultan admirables. Apareció
publicada en un periódico de alcance nacional y tendencia ideológica progresista
en torno a la primavera del año dos mil trece.
La principal función lingüística del texto sería la
referencial por los datos y argumentos que nos proporciona. En segundo lugar,
estaría la función conativa o apelativa porque busca que los políticos cambien
de actitud. Y en tercer lugar, el texto está dotado de la función emotiva o
expresiva debido a que está ligeramente teñido de una emoción personal, la
admiración que le suscitan unos cuantos jueces.
En cuanto a los elementos del circuito comunicativo, resulta
evidente que Rosa Montero es la emisora; los lectores del periódico, tanto en
versión de papel como digital, serían los receptores. “El País”, periódico que
publicó esta columna de opinión, sigue siendo la cabecera más difundida
entre los españoles. El canal, en este caso, es el formato de papel. La
situación o contexto situacional concreto que conocemos sería la prueba de
acceso a la universidad para los estudiantes que se examinan. El código
consistiría en el idioma español utilizado de manera elaborada y formal (con
una excepción, el término “marranada”, empleado para dar mayor énfasis o fuerza
hiperbólica a un delito impresentable: el desvío de fondos para cubrir los
subsidios de desempleo que fueron malversados en cocaína, comilonas y gastos de
financiación del partido socialista obrero español). El mensaje es el rayo de
esperanza que encarnan los jueces cuya conducta ejemplar debería ser emulada
por los gestores políticos. Y el referente, por supuesto, no es otro que el
enfangamiento en la corrupción que viene revelándose en nuestra democracia de
un tiempo a esta parte con mayor virulencia que nunca.
El tema del texto podría quedar enunciado de la siguiente
manera: “Surgimiento de un grupo de magistrados como últimos baluartes contra
la corrupción”. Otra manera más sencilla
de enunciar el tema o idea principal podría ser ésta: “El valor de ciertos
jueces en el desempeño de su labor”.
La tesis defendida está en la línea de la admiración por el
trabajo que un grupo de jueces desempeña, y sobre todo, con el hecho de que los
políticos deberían seguir el modelo de los jueces en sus actuaciones.
La estructura que articula el texto es la clásica, esto es,
la compuesta por un planteamiento (admiración por unos juristas), desarrollo
(explicitación de quiénes son), y desenlace (los políticos habrían de seguir
sus mismos pasos). Secundariamente, la estructura sigue un proceso deductivo o
analítico, porque a partir de la premisa inicial consistente en la ejemplaridad
de unos jueces destacados, la autora va desgranando ejemplos (Mercedes Alaya, el
juez Castro y el magistrado Vigués) hasta llegar a una conclusión final.
El texto se podría resumir así: “De un año para acá la imagen de los
jueces ha mejorado, quizás debido a que un grupo de magistrados está suponiendo
un bastión contra los abusos de los desahucios y otros casos de corrupción
flagrante. Su fama ascendente podría servir de espejo en el que los políticos
obtendrían una imagen con la que compararse y aprender el camino a seguir.”
La relevancia del tema abordado y su
candente actualidad quedan manifiestos por el clima de inmoralidad debido a los
casos de corrupción escandalosa que padecemos. En parte porque estamos viviendo
los resultados de una transición mal hecha, según la escritora Almudena
Grandes; en buena medida porque el sistema de autonomías ha conseguido que en
cada comunidad prolifere una especie de señores feudales capaces de hacer con
su capa un sayo; de alguna manera porque la Constitución española necesita una
revisión al no dar más de sí; y sobre todo, debido al factor humano de la
codicia, el oportunismo y el afán ventajista propio de los seres humanos;
considero que por todo esto estamos asistiendo atónitos a una doble crisis:
moral y económica.
Rosa Montero utiliza argumentos de
datos (una encuesta del CIS o Centro de Investigaciones Sociológicas), de
ejemplificación (menciona a los “jueces-estrella”), lógicos (razona que la
corrupción acarrea la visibilización de jueces a quienes se apela para
combatirla), y de causa-consecuencia (el buen ejemplo de los togados mostraría
lo que debieran hacer los políticos).
Análisis de los recursos lingüísticos
que dan coherencia al texto:
En el nivel léxico-semántico cabe
destacar el empleo de términos relacionados con los dos campos asociativos que configuran el tema y dan unidad al texto: la justicia (jueces,
magistrados, imputar, sistema legal, decano) y la crisis (crisis, políticos,
ERE, desahucios, poderes protectores, estamento, escraches). En este mismo
plano semántico observamos el empleo de adjetivos y expresiones con carácter
valorativo (apabullante abundancia de corruptos, última esperanza, épocas
convulsas, Mercedes Alaya sola e implacable, la marranada de los ERE). El uso
de un adjetivo valorativo, como es el caso del epíteto “apabullante”, adquiere
carácter hiperbólico y redundante al calificar al sustantivo “abundancia”. Otros
dos adjetivos ponderativos subrayan el papel de la jueza Mercedes Alaya: “sola”
e “implacable”. Puede apreciarse que el empleo de sustantivos como “zozobras” y
“paladines”, o el adjetivo “convulsas”, adscriben el texto al registro
diafásico culto, formal y elaborado. Precisamente, en ese contexto cabe resaltar el
sustantivo “marranada”, un vulgarismo empleado
con intención enfática a destacar como una excepción léxica en un
cotexto o contexto lingüístico de vocabulario cuidado. El galicismo “escrache”
demuestra la precisión que busca la autora, y aunque es un término que se ha
popularizado, hasta hace bien poco era desconocido. Designa el acoso hacia una
persona hasta llegar a formarle manifestaciones delante de la puerta de su
casa.
En el plano morfológico podríamos mencionar
el uso de adjetivos derivados, como “inesperada” (con el prefijo negativo in-,
y el sufijo de participio de pasado –ada), “mudables” (gracias al sufijo
–ables, cuyo significado es 'que se puede'), “implacable” (con el prefijo
privativo –im y el sufijo derivativo –able, cuyo significado resultante es
'dicho de algo que no se puede detener'). También podría añadirse el sustantivo
“interlocutores”, cuyo prefijo inter- y sufijo –or, más el morfema de plural
–es, dan como significado 'los que hablan entre sí'. Asimismo, hay recursos
léxicos reseñables como, por ejemplo, el uso de paréntesis para introducir
aclaraciones o remarcar argumentos (no entraban los políticos, tiene una página
de fans…, veo más violencia…), hipérboles (de seguir así, los jueces se
convertirán en el estamento estrella), metáforas (escuchar el dolor de la
calle). En cuanto a los verbos, debemos resaltar la recurrencia de la primera
persona del singular (creo, veo), así como del plural (admiramos, nuestra
última esperanza, estamos), cuyo objetivo es acercar e implicar al lector en la
problemática expuesta.
En lo que corresponde a la sintaxis,
predominan los nexos completivos (cinco) sobre los relativos (tres). Hay una
subordinación adverbial consecutiva
“tan…que” y una comparativa “más…que”. Teniendo en cuenta que la coordinación
sólo aparece en el fragmento donde se cita a los jueces utilizando los
conectores de causa/efecto “y, así”, de adición “y desde luego”, para acabar
con las conjunciones copulativas “y…y”, concluiremos que la subordinación
predomina, algo lógico si se tiene en cuenta que es más propia de la
argumentación, variedad textual elaborada y compleja de por sí.
En el plano conceptual observamos
repeticiones léxicas (pues se reiteran los términos “jueces” y “políticos”),
sinonimia (jueces = magistrados = profesionales = interlocutores
institucionales / sondeo = encuestas), elipsis (al juez Castro / a…Vigués).
En cuanto a la deixis, el elemento anafórico
que viene a ser el pronombre relativo “lo cual” alude o señala al concepto de “la
necesidad social de héroes, protección y líderes honestos”.
Mi opinión personal es que la autora
peca de optimista y con su postura lo único que consigue es parchear una
deplorable situación de emergencia que, a mi modo de ver, constituye todo un naufragio
social. Con lo lenta que es la justicia en España, y con lo politizada que
está, siendo hoy los jueces designados en cuotas por el partido en el gobierno
y el principal en la oposición, la justicia española ni es justa, porque es
lenta; ni es independiente, porque depende de quien nombra a los jueces, con lo
que éstos actuarán según el dictado de sus amos para no perder sus puestos.
Encima, Rosa Montero creo que incurre
en la demagogia al calificar los escraches como menos violentos que las
declaraciones políticas. Vamos a ver: ¿es que perseguir a alguien hasta su casa
y montarle un numerito con protestas no pone en peligro la seguridad y la vida
de quienes allí habitan? ¿No puede haber delincuentes que se mezclen entre los
manifestantes? ¿No se hace público así el domicilio del político en cuestión,
algo que debería ser privado? ¿No podrían ser agredidos al entrar o salir de
sus casas? ¿Acaso no les conduciría a la sensación de estar secuestrados? ¿Y si
tienen hijos pequeños? ¿Ellos también son perseguibles o culpables?
Definitivamente, no. Unas palabras surgidas de los labios de un político,
normalmente no son más violentas que un escrache, como no sea un acto de habla
realizativo del tipo de una declaración de guerra.
En conclusión, este artículo de opinión
me parece un excelente paradigma del pensamiento exhibicionista prototípico de
la izquierda: pasen y vean, he aquí la pasarela de modelos en que se convertirán
los jueces elevados al estrellato. Se trata de armar un espectáculo a partir de
una tragedia y no de resolverla. Nada de análisis riguroso de las consecuencias
económicas que acarrearía la inseguridad jurídica por no pagar las hipotecas,
más el mal ejemplo o la injusticia y el desánimo que cundirían entre los que sí
las pagan con esfuerzo. Se trata de contemplar en el estrellato a unos jueces
que al final no podrán limpiar el sistema de sus excrecencias y de escuchar el
dolor (¡oh, catarsis!) de los desposeídos (algunos de entre ellos caraduras y
sinvergüenzas) como si se tratara de montar un guiñol, esto es, puro teatro.
¿Qué sentido tiene montar un escrache frente al domicilio de un político cuando éste frecuenta actos públicos donde los manifestantes pueden pedirle cuentas, protestar y abuchearle?
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