DEVENIR HISTÓRICO
DE LA LENGUA ESPAÑOLA
"Siempre la lengua fue compañera del imperio"
Elio Antonio de Nebrija
Desde
el punto de vista del influjo recibido, la historia del idioma español se
remonta al período anterior a la llegada de los romanos, puesto que las lenguas
prerromanas de la península ejercieron influencia en el latín hispánico a modo
de sustrato, lo que confirió a las lenguas romances peninsulares varias de sus
características. Aparte
de esto, la historia de la lengua española propiamente dicha se suele dividir
convencionalmente en tres periodos: el español medieval, el español medio y el español
moderno. El
español es una lengua románica o romance, derivada del latín vulgar, que
pertenece a la subfamilia itálica dentro del conjunto indoeuropeo. Es la
principal lengua en España y en 20 países americanos, y es oficial también en
Guinea Ecuatorial. Comenzó siendo denominada “castellano” por tener su origen
en los castillos de las montañas santanderinas en la Edad Media.
Historia
externa de la lengua:
La
historia externa del español se refiere a la descripción cronológica de las
influencias sociales, culturales, políticas e históricas que influyeron en los
hechos lingüísticos. La historia externa contrasta con la historia interna (a
veces llamada gramática histórica) del español, que se refiere a la descripción
cronológica y la sucesión de cambios acaecidos dentro del propio sistema de la
lengua.
El manual de referencia escrito por Rafael Lapesa
Aportes
prerromanos:
Los
aportes prerromanos a la lengua española (los anteriores al latín, o sea, a la
conquista romana y romanización que comienza en el siglo III a. C. y no se
completa hasta el siglo I a. C. –en algunas zonas con poca efectividad–) son
los correspondientes a las lenguas de los pueblos indígenas de la península
ibérica (pueblos celtas en la Meseta, el norte y el oeste, pueblos íberos en la
zona este y sur, celtíberos en la zona intermedia y los enigmáticos tartesios
en la zona suroeste), entre las que estaba la antecesora del idioma vasco
(perteneciente a un grupo no indoeuropeo, relacionado por tanto con las lenguas
íberas y no con las lenguas célticas); y las de los pueblos colonizadores
(fenicios y cartagineses, que hablaban una lengua semítica, y griegos).
De
esta remota época han sobrevivido elementos como: la desaparición de f- inicial
en muchas palabras que en latín llevaban este sonido y el llamado betacismo
(pronunciación indiferenciada del fonema labial oclusivo [b], el fricativo
labiodental [v] y el fricativo bilabial [β]), debidos, probablemente, a la
influencia del idioma vasco o del idioma íbero (nótese que la aspiración de la
/h/ también se da en el idioma gascón, que habría tenido igualmente un
substrato vasco).
También
han sobrevivido algunos sufijos como -aga, -ago, -erri, -rro, -rra, -occus
(alcornoque) y numerosos topónimos. Entre los de origen céltico destacan los
que tienen el sufijo -briga, que significa "lugar alto" (Flaviobriga
o Segobriga), que pueden aparecer también como raíz (Bergantiños o Brihuega), o
la raíz sega-, que significa "victoria" (Segovia o Sigüenza). Por el
contrario, las etimologías de los orónimos peninsulares son asuntos muy
debatidos, aunque la palabra Hispania parece provenir de los pueblos
colonizadores (“tierra de conejos”, “tierra oculta” o "isla del norte"
en fenicio-cartaginés) e Iberia de los griegos que oían decir “iber” a los indígenas
("río" sería el hidrónimo genérico e Iber daría origen al Ebro).
Muchas palabras son de probable origen céltico, como berrueco (peñasco),
páramo, balsa, losa, légamo, abedul, aliso (tipo de árbol), álamo, beleño
(planta), berro, garza, rodaballo (pez), colmena, gancho, amelga (franja de
terreno), berrendo (manchado de dos colores), cantiga, baranda, tarugo (trozo
de madera o pan), estancar, tranzar (cortar), virar, incluso algunas que
parecen propiamente latinas, como puerco y toro (que ya están en la inscripción
de Cabezo de las Fraguas como “porcom” y “taurom”). Otras se incorporaron al
latín desde otras lenguas célticas no peninsulares: braga, camisa, cabaña,
cerveza o legua. Ejemplos de palabras con probable origen ibérico serían
barranco, carrasca (encina), lama (capa de cieno o barro), gándara (tierra
llena de maleza), nava (tierra pantanosa sin árboles). Otras incorporadas al
latín, pero de origen ibérico, serían plomo, galena (mineral de azufre y plomo),
minio (óxido de plomo), estepa; algunas de las cuales las propias fuentes
romanas las identifican como ibéricas: lanza, arroyo, coscojo (agalla de la
corteza de los árboles), gordo. Las palabras de probable origen vasco son
izquierda, cachorro, ascua, socarrar (tostar ligeramente), chabola, pizarra,
zumaya (ave similar a la lechuza), chaparro (mata de encina o roble), boina,
chistera, zamarra (chaqueta de piel), chamarra (chaqueta de paño burdo), narria
(cajón de un carro), laya (azadón), cencerro, gabarra (lancha grande),
aquelarre (reunión de brujas), órdago. Hay palabras de probable origen fenicio
o cartaginés como tamujo (planta con cuyas ramas se hacen escobas), y palabras
de las que no se ha establecido con precisión el grupo de lenguas prerromanas
ibéricas de las que probablemente proceden, como cama, vega, camorra (riña),
abarca (calzado de cuero), mogote (elevación de terreno), becerro, sapo, sarna,
caspa, gazpacho, artiga (acción de arar un terreno tras quemar el pasto),
aulaga, barda (seto o valla), barraca, barro, cueto (colina o sitio alto y
defendido), charco, galápago, manteca, perro, rebeco (antílope), silo (granero
subterráneo), sima (cavidad profunda), toca (prenda de tela para cubrir la
cabeza).
La península ibérica antes de la llegada de Publio Cornelio Escipión en el año 218 a. C.
Latín
hispánico:
A
partir del siglo III a. C., se produce la romanización de la Península, proceso
que se alargará hasta finales del siglo I a. C. Este proceso afectará a muchos
ámbitos de la vida peninsular, incluido el lingüístico. Las lenguas prerromanas
decaen en su uso y se limitan cada vez más a las áreas rurales. Inicialmente se
da un extensivo bilingüismo en los principales centros de ocupación romanos, y
posteriormente las lenguas indígenas quedan limitadas a las regiones más aisladas.
Así, en el uso público son sustituidas por el latín, que es la lengua
administrativa del imperio romano. Es curioso notar que en el caso del euskera
hay escasez de topónimos presentes antes del siglo I a. C. Después se van
haciendo más frecuentes, lo cual sugiere que pudo haber una migración limitada
desde Aquitania durante ese período hasta por lo menos el siglo VII d. C. No
obstante, conviene señalar algunos factores que van a influir decisivamente en
el ulterior desarrollo del latín que dará lugar a la aparición del castellano.
En
primer lugar, su situación geográfica: la distancia con el centro
administrativo del imperio, Roma, y el aislamiento geográfico a través de los Pirineos
y el mar Mediterráneo, hacen que las innovaciones lingüísticas lleguen despacio
y con retraso. En
segundo lugar, el origen de los conquistadores: la mayor parte de los romanos
que colonizaron la península procedían del sur de Italia, zona en la que se
hablaba una variedad del latín denominada latín vulgar que difiere de la reflejada
en los textos clásicos.
Hispania en época de Octavio Augusto (Roma, 63 a. C. - Nola, 14 d. C.)
Castellano
medieval:
El
castellano medieval comprende el período desde los primeros textos en el siglo
X hasta el inicio del reajuste del sistema consonántico hacia el siglo XIV. El
castellano medieval de los siglos IX al XIII se encontraba en situación de
transición entre los finales del latín tardío y los comienzos del español medio
(siglo XV). El español medieval está más cerca en ciertos aspectos de otras
lenguas romances de la península que el español moderno. Por ejemplo, el
castellano medieval distinguía entre fricativas sordas y sonoras, similares a
las que siguen existiendo en portugués, catalán y francés (las fricativas
sonoras desaparecieron durante el siglo XV y XVI). Sólo el judeoespañol,
hablado por judíos expulsados durante los siglos XV y XVI, conserva restos de
las fricativas sonoras del español.
En
el castellano medieval existía el sonido [h] procedente de f- latina inicial,
que iría desapareciendo progresivamente en el español medio (modernamente sólo
se conserva residualmente en algunas áreas de Andalucía y Extremadura). El
castellano medieval admite que los pronombres enclíticos vayan en posición
postverbal si el verbo está conjugado, tal como sigue sucediendo en algunas
variantes de asturleonés. El castellano medieval usaba como verbos para formar
los "tiempos compuestos" los verbos ser y aver (>haber).
Surgimiento
del castellano:
La
diversificación de latín empieza a ser notoria a partir del siglo III o IV d.
C. Tras la caída del Imperio Romano de Occidente en el siglo V, el latín vulgar
evoluciona progresivamente en toda la Europa latina diversificándose. En ese
mismo siglo, se producen las invasiones bárbaras, lo cual va a permitir la
incorporación al español de algunos vocablos germánicos, junto con los que ya
habían entrado anteriormente en el latín vulgar. Destacan los relacionados con
las contiendas como guerra (“werra”) o yelmo (“helm”). Algunos nombres propios
también derivan de las lenguas germánicas; es el caso de Álvaro (de “all” –que
significa ‘todo’- y “wars” –que significa ‘prevenido’-) o Fernando (de “frithu”
–‘pacífico’- y “nanth” –‘atrevido’-). Las sucesivas transformaciones
fonológicas y gramaticales llevarían a la emergencia de las lenguas romances
como lenguas con dificultades para la inteligibilidad mutua dentro de lo que
fue el territorio del imperio romano entre los siglos VI y IX d. C. Dicha
evolución va a originar la aparición de las diversas lenguas romances.
En
el siglo VIII, la expansión musulmana en la Península Ibérica pone a las
lenguas romances peninsulares bajo una fuerte influencia léxica del árabe (más
de 4.000 vocablos en español), apareciendo el mozárabe (un conjunto poco
conocido de dialectos romances con cierta influencia del árabe, que fue el
idioma utilizado por los cristianos arabizados). El contacto con los árabes
probablemente dotó al mozárabe de unas características que lo distinguen del
resto de lenguas romances. Muchas palabras castellanas actuales provienen del
árabe como álgebra, almohada, almirante (donde “al-“ es un artículo), aceite o
ajedrez. En
el siglo IX, la influencia árabe tiene sus expresiones artísticas, con la
aparición de jarchas y otros textos medievales en mozárabe.
Estatua del rey Alfonso X de Castilla
(Toledo, 1221 - Sevilla, 1284)
José Alcoverro y Amorós
(Tivenys, Tarragona, 1835 - Madrid, 1908)
(Entrada de la Biblioteca Nacional de España en Madrid)
La
lengua castellana en el reinado de Alfonso X el Sabio:
Alfonso
X el Sabio (Toledo, 1221 – Sevilla, 1284), rey de Castilla y León desde 1252
hasta su muerte, institucionalizó las Escuelas de Traductores de Toledo. De
ellas surgió una forma estandarizada del castellano medieval, conocida como
castellano Alfonsino, que el propio rey usó en sus obras. Entre los méritos de
Alfonso X se cuenta la redacción de obras científicas e historiográficas (el Lapidario, Las Siete Partidas, la General Estoria y la Primera
Crónica) en lengua castellana en lugar de en latín, como había sido costumbre.
Alfonso X elevó el prestigio del uso del castellano escrito dentro de su corte
y por todo el territorio en el que se hablaba castellano en diversos lugares de
España. Además, Alfonso X emprendió numerosos proyectos, tales como la
traducción de textos jurídicos al castellano y la normalización ortográfica del
mismo, bajo la labor de eruditos y escribas eclesiásticos.
El
castellano medieval presentaba cierta variación dialectal y cambio sincrónico,
aunque bajo el reinado de Alfonso X se extendió el uso del estándar literario
toledano debido a Alfonso X y sus colaboradores. Esta lengua escrita estándar
se cree representativa de la lengua culta de la corte y de otros escritores del
siglo XIII.
Español áurico (de los siglos de oro) y moderno:
Español áurico (de los siglos de oro) y moderno:
El
español áurico o español medio es el estadio de la lengua que constituye la
transición del castellano medieval al español moderno y se desarrolla en los
siglos XV, XVI y XVII. La fase inicial del español áurico está caracterizado
por la pérdida del contraste entre fricativas sordas y sonoras, pero conserva
aún la distinción entre las sibilantes sordas /s̪̺ s̺ š/ que en español peninsular septentrional darán origen a /θ s x/
(mientras que en América, Canarias y otras áreas del sur /s̪̺
s̺ / se fusionarán en /s/).
El
castellano medieval, con sus influencias prerromanas, se expandió al sur de la
península a medida que avanzaba la Reconquista. A finales del siglo XV,
coincidiendo con la unión política de los reinos de Castilla y Aragón, la toma
de Granada y el descubrimiento de América, Antonio de Nebrija publica en Salamanca
su Gramática castellana, un estudio gramatical no relacionado con el latín,
siendo el primer tratado de gramática de la lengua castellana y de las lenguas
modernas en general.
Con
la expansión del Imperio español, el idioma castellano se expande a través de
los Virreinatos de Nueva España, del Perú, Nueva Granada, el Río de la Plata y
la colonia de las islas Filipinas, Guam, Islas Marianas y las Carolinas. Esta
espectacular difusión permitió a la lengua adquirir un nuevo léxico procedente
de lenguas nativas del continente americano sobre las que a su vez tuvo un
enorme impacto.
Algunas
de las características distintivas de la fonología incluyen la lenición o
debilitamiento de una consonante fuerte que pasa a ser débil, bien
sonorizándose o fricativizándose. Por ejemplo: latín “vita” - español “vida”,
latín “lupus” - español “lobo”, latín “delicatus” – español “delicado”), la
diptongación en las vocales breves “e” y “o” (latín “terra” - español “tierra”,
latín “novum” - español “nuevo”), y la palatalización (latín “annum” - español “año”).
Algunas de estas características están también presentes en otras lenguas
romances.
La
expansión del castellano:
Miguel de Cervantes Saavedra
(Alcalá de Henares, 1547 - Madrid, 1616)
El autor del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha
En
1790, España y Gran Bretaña firmaron la Convención de Nootka, por la que España
renunció a cualquier derecho sobre un vasto territorio de América del Norte
constituido por Oregón, Washington, Idaho, Columbia Británica, Yukón y Alaska,
impidiendo el avance del Imperio español hacia el noroeste de América. Aún
perduran algunos nombres geográficos en castellano. En el siglo XIX, Estados
Unidos de América adquirió Luisiana a Francia y Florida a España, se anexionó
la República de Texas y, por el Tratado de Guadalupe-Hidalgo, obtuvo de México
los territorios que actualmente conforman Arizona, California, Colorado,
Nevada, Nuevo México y Utah; así como parte de los actuales estados de Wyoming,
Kansas y Oklahoma. De esta forma, el castellano pasó a ser una de las lenguas
de Estados Unidos, aunque estas variedades primitivas sólo sobreviven a inicios
del siglo XXI en la parroquia de Saint Bernard, en Luisiana, donde se habla el
dialecto canario; y en una franja que se extiende desde el norte de Nuevo
México al sur de Colorado.
Por
otra parte, desde el siglo XX, millones de hispanoamericanos han emigrado a
Estados Unidos, con lo cual se han convertido en la minoría más numerosa del
país: más de 41.300.000 personas en el año 2004. El 1 de mayo de 2006, durante
el Gran Paro Americano de inmigrantes ilegales, se entonó el Himno Nacional de
los Estados Unidos en castellano, como una muestra de la presencia en ese país
de una población hispana que está incrementándose a pasos agigantados.
En
Filipinas el castellano aún es hablado por unos tres millones de personas, en
Brasil los hispanohablantes llegan al millón; mientras que en Canadá sumaban
aproximadamente unos 350.000 en el 2004 y en Marruecos llegaban a los 320.000.
Éstos son los cinco países con concentraciones más importantes de
hispanohablantes fuera de España e Hispanoamérica.
En
Oceanía el castellano se habla en la Isla de Pascua, bajo soberanía de Chile
desde finales del siglo XIX, llegando a casi 4.000 la cantidad de personas que
lo hablan. También es hablado en Australia, gracias a la comunidad chilena que
sobrepasa las 33.000 personas.
Registros
históricos del idioma. Glosas y cartularios medievales:
Los
textos más antiguos que se conocen en una variedad romance española son los “Cartularios
de Valpuesta”, conservados en la iglesia de Santa María de Valpuesta (Burgos),
un conjunto de textos que constituyen copias de documentos, algunos escritos en
fecha tan temprana como el siglo IX (en torno al año 804) y que cuentan con el
aval de la Real Academia Española. La
historiografía tradicional consideraba como los textos más antiguos que se
conocen en castellano a las “Glosas Emilianenses”, datadas a finales del siglo
X o, con más probabilidad, a principios del siglo XI, conservadas en el
Monasterio de Yuso, en San Millán de la Cogolla (La Rioja), localidad
considerada centro medieval de cultura. Sin embargo, las dudas que suelen
surgir acerca del romance específico empleado en las glosas hace que las
corrientes lingüísticas actuales consideren que no estaban escritas en
castellano medieval, sino en un protorromance riojano, navarroaragonés o
castellano-riojano, según el filólogo César Hernández. Es decir, un «embrión o
ingrediente básico del complejo dialectal que conformará el castellano», en
palabras del investigador riojano Claudio García Turza. Junto a características
específicamente riojanas, se encuentran rasgos presentes en las diversas
variedades dialectales hispanas: navarro, aragonés, asturleonés y mozárabe.
Todo
ello induce a pensar, como lo hicieron Menéndez Pidal (1950), Lapesa (1981),
Alarcos (1982) y Alvar (1976, 1989) que, en realidad, se trata de un koiné
lingüístico en el que se mezclan rasgos pertenecientes al castellano, riojano,
aragonés, con algunos del navarro, lo cual no resulta extraño, si se tiene en
cuenta que la zona de San Millán era una encrucijada de lenguas y culturas
hispánicas. Los repobladores cristianos procedían de lugares diversos y esto
producía un constante reajuste lingüístico. Curiosamente, las “Glosas Emilianenses”
también incluyen los textos más antiguos escritos en euskera que se conservan
hoy en día (si no contamos los restos epigráficos de época romana escritos en
vascuence).
Letra visigótica del documento conocido como "Cartularios de Valpuesta"
Primera
gramática moderna europea:
En
1492, Elio Antonio de Nebrija publicó en Salamanca su obra “Grammatica”, la primera
gramática de la lengua castellana (y la primera de una lengua moderna europea).
En el comienzo del prólogo aparece la famosa frase, que ahora no suena
profética, «siempre la lengua fue compañera del imperio: y de tal manera lo
siguió: que juntamente començaron, crecieron y florecieron». Según algunos
autores, la novedosa gramática, no tuvo una excesiva repercusión en una época
todavía marcada por el humanismo italiano.
Historia interna de la lengua:
La historia interna de la lengua o gramática histórica se refiere al estudio de los cambios acaecidos en la estructura de la lengua y en su léxico. La historia externa se refiere a la historia de los hablantes del español, sus vicisitudes históricas y el uso social de la lengua.
Historia interna de la lengua:
La historia interna de la lengua o gramática histórica se refiere al estudio de los cambios acaecidos en la estructura de la lengua y en su léxico. La historia externa se refiere a la historia de los hablantes del español, sus vicisitudes históricas y el uso social de la lengua.
Iglesia colegial de Santa María de Valpuesta en Burgos
Cambios
morfológicos:
El
español, como las demás lenguas romances, podría derivar de una forma del latín
que había sufrido un proceso de criollización que hizo el orden de
constituyentes más fijo y más tendente al orden sintáctico de Sujeto y
Predicado. La misma criollización pudo haber favorecido la pérdida de la
flexión nominal tanto o más que los cambios fonéticos que afectaron al latín
tardío. La pérdida de las marcas de caso aumentó la ambigüedad e hizo del
español una lengua un poco menos sintética que el latín.
Declinaciones:
El
marcaje de las relaciones gramaticales en latín clásico estaba basado en un
sistema de flexión nominal. Un nombre común podía tener hasta siete u ocho
terminaciones diferentes que indicaban la función gramatical de la palabra
dentro de una oración. Por ejemplo para la palabra mensa, 'mesa', se tienen
siete homófonas que realizan 12 combinaciones diferentes de caso y número:
nominativo (sujeto) mēnsa mēnsae
vocativo (apelación directa) mēnsa mēnsae
acusativo (objeto directo) mēnsăm mēnsās
genitivo (posesión) mēnsae mēnsārum
dativo (objeto indirecto) mēnsae mēnsīs
ablativo (modal) mēnsā mēnsīs
En
el latín vulgar se produjeron algunos cambios fonológicos que redujeron y
complicaron el sistema declinacional:
1. La pérdida de la /-m/ final resultó en la confusión entre el acusativo monte(m) y el ablativo monte en la tercera declinación.
2. La confluencia de /ā/ y /ă/, junto con la pérdida de la /-m/ final, hizo imposible la distinción entre el nominativo mēnsa, el acusativo mēnsăm (mēnsa) y el ablativo (mēnsa).
3. La confusión de /ŭ/ y /ō/ hizo que no se pudiese diferenciar el acusativo singular de la segunda declinación (dominŭm) del ablativo (dominō).
4. La convergencia de /i/ y /ē/ dio lugar a la confusión entre la tercera declinación del nominativo/acusativo plural (montēs) y el genetivo singular (montĭs).
5. Los adjetivos que distinguen entre masculino, femenino y neutro podían llegar a tener hasta 12 terminaciones diferentes frente a las cuatro como máximo del español moderno (-o, -a, -os, -as).
1. La pérdida de la /-m/ final resultó en la confusión entre el acusativo monte(m) y el ablativo monte en la tercera declinación.
2. La confluencia de /ā/ y /ă/, junto con la pérdida de la /-m/ final, hizo imposible la distinción entre el nominativo mēnsa, el acusativo mēnsăm (mēnsa) y el ablativo (mēnsa).
3. La confusión de /ŭ/ y /ō/ hizo que no se pudiese diferenciar el acusativo singular de la segunda declinación (dominŭm) del ablativo (dominō).
4. La convergencia de /i/ y /ē/ dio lugar a la confusión entre la tercera declinación del nominativo/acusativo plural (montēs) y el genetivo singular (montĭs).
5. Los adjetivos que distinguen entre masculino, femenino y neutro podían llegar a tener hasta 12 terminaciones diferentes frente a las cuatro como máximo del español moderno (-o, -a, -os, -as).
Rafael Lapesa Melgar
(Valencia, 1908 - Madrid, 2001)
Filólogo, historiador del idioma español y miembro de la RAE
Construcciones
preposicionales:
El
sistema de casos frecuentemente era ambiguo a la hora de determinar qué función
desempeñaba una palabra. Consecuentemente, era necesario valerse de otras
pistas, como un orden sintáctico más fijo y nuevas construcciones
preposicionales para discernir las distintas funciones. De ahí la construcción
de ablativo en vez del simple empleo del
genitivo: “dimidium de praeda” frente a “dimidium praedae” ('la mitad del
botín'). El castellano presenta directamente esta construcción preposicional: “la
mitad del botín”.
El
latín clásico se servía del dativo sin ninguna otra marca para el objeto
indirecto. Con los cambios fonológicos ya mencionados, podía darse confusión
sobre cuál de las palabras en una oración debía interpretarse como sujeto y
cuál como objeto, por lo que se propagó la construcción “a + sustantivo” en el
latín vulgar para determinar un objeto directo o indirecto, fenómeno que se
conserva en el español medieval y moderno: “A los judios te dexaste prender” (Cantar de Mio Cid): 'te dejaste apresar
por los judíos'.
La marca del plural:
El latín carecía de una marca específica para el plural, pues se valía de las terminaciones casuales (dominus, domini / rosa, rosae). El caso más empleado, sin embargo, el acusativo, terminaba en /s/ en el plural (rosas, dominos, homines). En el latín tardío, reaparecieron los acusativos plurales terminados en /s/ (pues anteriormente habían perdido la /s/ y la /m/ finales) y fueron empleados como nominativos (“dominos” frente a “domini”; “rosas” frente a “rosae”). Se produjo un reajuste morfológico por el que dicha terminación asumió la expresión del plural (mesas, rosas) en el castellano medieval.
La marca del plural:
El latín carecía de una marca específica para el plural, pues se valía de las terminaciones casuales (dominus, domini / rosa, rosae). El caso más empleado, sin embargo, el acusativo, terminaba en /s/ en el plural (rosas, dominos, homines). En el latín tardío, reaparecieron los acusativos plurales terminados en /s/ (pues anteriormente habían perdido la /s/ y la /m/ finales) y fueron empleados como nominativos (“dominos” frente a “domini”; “rosas” frente a “rosae”). Se produjo un reajuste morfológico por el que dicha terminación asumió la expresión del plural (mesas, rosas) en el castellano medieval.
Edición facsímil de la Gramática de Nebrija
con una ilustración que representa al autor
Cambios
gramaticales. Los verbos:
La
conjugación de los verbos del español medieval y moderno se basa directamente
en la conjugación latina:
Latín Castellano Castellano
medieval modernoCANTŌ canto canto
CANTĀS cantas cantas
CANTAT cantat canta
CANTĀMUS cantamos cantamos
CANTĀTIS cantades cantáis
CANTANT cantan cantan
Para
el castellano del siglo XIII, se pierde la /-t/ final de la tercera persona del
singular y del plural y la /-tis/ de la segunda persona del plural cambia a
/-des/. Siguen algunos ejemplos: “…como oyredes que diz moysen adelante (General Estoria). A los verbos
conjugados se les podía agregar pronombres directos e indirectos: faziéndol,
díxol y púsol (General Estoria).
Tiempos
verbales:
La
más notable reestructuración del latín vulgar es la aparición de los tiempos
compuestos en el español medieval (siglo XIII): “...que castigues tu los
acusadores con muy más fuertes penas que los cristianos mereçieren si lo
ouiessen fecho” (Primera Crónica). La
construcción tardía del latín “habere o esse + participio de pasado” resultó en
la creación de tiempos compuestos:
Latín
Castellano Medieval
habui/habebam cantatum avia cantado
habeo
cantatum he cantado habui/habebam cantatum avia cantado
habere cantatum avré cantado
habuissem cantatum oviesse cantado
habeam cantatum aya cantado
habuerim cantatum ovier(e) cantado
Construcciones verbales:
La
perífrasis latina de participio /-tus/ y habeo para expresar un estado de
obligación se ve manifestada en el español medieval mediante la construcción “aver
de”, lo cual resultó en “tener de/que” en el español moderno. Ejemplo: "...si
tan bien no lo quisiessen pora los que avien de venir” (Primera Crónica).
Principales idiomas hablados en el mundo como lengua nativa
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