domingo, 1 de febrero de 2015

Ejercicio de comprensión y expresión escrita

 
DIGITALIZACIÓN Y DESEMPLEO,
EL NUEVO ORDEN

Un nuevo orden económico con serias consecuencias para el empleo se ha instalado entre nosotros sin que las autoridades europeas, y por descontado tampoco las españolas, ni las patronales ni los sindicatos, parezcan haberlo comprendido. Incluso en Estados Unidos, cuna y eje del desarrollo digital, están disparadas las alarmas. Las sinergias que se derivan del desarrollo de las ingenierías del software, robótica, telecomunicaciones y microelectrónica, han creado memorias más rápidas y baratas, mayor movilidad y ubicuidad de la información, máquinas inteligentes que combinadas con otras ramas del conocimiento, como la medicina o la climatología, por ejemplo, han generado todo un universo nuevo: el de la digitalización. Un universo que, como ocurriera en su día con la electricidad, embebe los hábitos humanos y condiciona la cantidad y la calidad del empleo. Más que la sustitución del hombre por la máquina, es la aparición de nuevos productos y costumbres lo que asola muchos empleos.
Las implicaciones y preocupaciones de este nuevo orden han dejado de ser preocupaciones exclusivas de los tecnólogos. Los economistas finalmente les prestan atención (“Foreign Affairs”, julio-agosto; “The Economist”, 4 de octubre) y ya aceptan que el optimista principio de la “destrucción creativa de empleos” no se cumple esta vez. La pérdida de empleos provocada por la digitalización no encuentra contrapartida con la creación de otros que equilibrarían la balanza. Ni siquiera las “start up” (empresas emergentes apoyadas en la tecnología), tan pregonadas como fuentes de empleo, funcionan. El pasado mes de septiembre, en Boston, la comunidad científica reconoció, a partir del censo americano de empresas, que aquellas llevan años reduciendo su capacidad para generar empleo. Las que sobreviven son autoempleo o tienen menos de cinco trabajadores. “Instagram” o “WhatsApp” no superan los cien empleados, a pesar de haber alumbrado productos rompedores y haber sido adquiridas por las “grandes ganadoras”, que pagaron cantidades fastuosas por ella. Pero esos ingentes desembolsos de capital no tienen traducción positiva en el mercado laboral. Unas inversiones similares durante la era industrial hubieran supuesto la creación de miles de puestos de trabajo. Cuando Eric Schmidt, presidente ejecutivo de “Google”, ante miles de emprendedores afirmaba hace unas semanas en la plaza de Las Ventas en Madrid que las “start up” generaban empleo, no decía la verdad.
 
 
Mientras Schmidt, cuya empresa con sus portentosos desarrollos tiene un modelo de negocio con preocupantes variedades de monopolio, niega la realidad, en Europa se la ignora directamente. Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, en su conferencia en Jackson Hole (Wyoming) del pasado agosto sobre “Desempleo en la zona euro”, no dedicó ni un minuto de la hora larga en la que intervino a analizar los efectos sobre el mercado laboral de la tecnología. Draghi se limitó a la tradicional relación entre política monetaria y empleo, ignorando que la economía actual no puede explicarse solamente en términos propios de la era industrial. Esta carencia apareció de nuevo en la reunión de Milán de octubre del Consejo Europeo, incapaz de concretar presupuesto alguno para “medidas activas en favor del empleo”, una expresión acuñada en lo mediático, pero hoy vacía. Desgraciadamente, el empleo disponible, como la energía, es un recurso escaso que habrá que administrar racional y democráticamente. En la digitalización, la UE no sabe hacia dónde dirigir sus recursos. De hecho, muchos se preguntan si las líneas de I+D (Investigación + Desarrollo) que financia, acaban siendo más productivas para las monopolísticas multinacionales digitales que para el empleo europeo. Una desorientación que puede llevar a repetir episodios como los vividos en España, que ha dejado la discusión a empresarios y sindicatos con muy dudosos balances sobre su eficiencia.
La coincidencia temporal de la consolidación digital con la crisis económica complica el análisis cuantitativo de sus efectos en el mercado de trabajo; pero no parece temerario asegurar que la estructura laboral asociada a los extraordinarios desarrollos digitales implica que se destruyan más empleos de los que se alumbran. La digitalización no debe confundirse como una suerte de Tercera Revolución Industrial. Frente a los cambios que dieron resultados tangibles, el universo digital lleva a cabo también tareas cognitivas de resultado inmaterial. Robots, ordenadores y redes, conjunta o separadamente, han impregnado conductas haciendo desaparecer trabajos y modelos de negocio. El ritmo de cambio es impresionante: en la actualidad se hacen más fotografías en un minuto que en todo el siglo previo a la liquidación de Kodak en 2012, las relaciones interpersonales son radicalmente nuevas, existen robots que trabajan respetando la seguridad de las personas, cursos masivos abiertos y gratuitos que ponen en tela de juicio el formato de enseñanza universitaria, se atisba el fin de la “Galaxia de Gutenberg” (los libros impresos en papel) después de cerca de seis siglos de existencia…
 
 
El producto digital, sorprendentemente, aúna valor creciente y coste decreciente. Es casi inagotable y está siempre disponible para personas y máquinas; tiene una enorme capacidad de acumulación y crecimiento por su uso (el trabajo del propio cliente lo expande, lo mejora y produce ganadores únicos en un mercado cuyos modelos de negocio sólo pueden comprenderse por su universalidad y monopolio); y un coste marginal casi nulo de reproducción.
La industria, además, ha cambiado su cadena de fabricación: diseña con programas escritos por otros, que trabajan lejos de quien fabrica; usa realidad virtual para hacer los costosos prototipos de antaño; la logística de proveedores y clientes se ejecuta telemáticamente; la vieja factoría reduce su superficie con la robotización avanzada… Lo digital hace que lo industrial se haga terciario. Más allá de la deslocalización, la industria no disminuye, se redefine. En las relaciones cotidianas desaparece la intermediación, y con ella centenares de miles de puestos de trabajo. El autoservicio es una fuerza imparable que nació con el supermercado y la gasolinera, siguió con el comercio electrónico, y ahora se sitúa directamente contra el empleo al difuminarse los papeles de productor y consumidor de la ingenuamente celebrada economía colaborativa. Los empleos se liman (el usuario releva a taxistas, hoteleros o agentes inmobiliarios y hasta quiere fabricar objetos en casa con impresoras 3D). Nada de todo esto ocurrió porque sí. Al preguntarse ¿tendrán empleo quienes hagan “Apps” para “Apple”, conduzcan para “Uber”, sean hoteleros “Airbnb”, etcétera? Decidieron que sí. En España esta desintermediación se practica a lomos de la economía sumergida, propia del desempleado desesperado, y de la autosatisfacción de un usuario, cada vez más ocupado y menos empleado.
Participar, sin más, en una carrera tecnológica con Estados Unidos no es lo más inteligente, entre otras razones porque las condiciones de partida de España son muy distintas. De entrada, los empleos en los que se ocupa la clase media española están muy afectados por la crisis económica. La única fortaleza reside en los servicios a la persona. La solución, se dice, está en la educación; pero a corto y medio plazo poco va a ayudar a los seis millones de parados. Debería elaborarse una relación de empleos que: a) existan o puedan existir en breve. No los que podrían darse si hubiéramos actuado de otra manera en el pasado; b) que se ofrezcan en suelo español. No en California ni en China, ni siquiera en Alemania, y c) que estén sin ocupar a causa de la supuesta falta de formación de los millones de personas no empleadas o subempleadas que tenemos. La lista es corta. La solución educativa ocupa al menos el tiempo de una generación para dar resultados, lo cual no resuelve ahora mismo el nuevo orden entre digitalización y empleo. A lo lejos se vislumbra la alternativa siempre polémica de repartir el trabajo. Una posibilidad que supera a la tecnología y que abre un arduo debate político. Mientras tanto, las élites deben entender el nuevo orden que ya se ha instalado con lo digital.

[Artículo de opinión escrito por Gregorio Martín Quetglas y
publicado por el periódico “El País” el martes 6 de enero de 2015]
 
Gregorio Martín Quetglas
(Catedrático jubilado de Ciencias de la Computación
y del Instituto de Robótica de la Universidad de Valencia)
 
EJERCICIO DE COMPRENSIÓN Y EXPRESIÓN

1. TEMA:

La era de la digitalización no comporta la creación de tantos empleos como la anterior de la industrialización.

2. TESIS:

Hay que racionalizar y repartir democráticamente el trabajo disponible, tanto el existente como el de nueva creación, pero en nuestro propio ámbito.

3. RESUMEN:

El nuevo orden económico al que nos traslada la digitalización informática destruye empleos en un número muy superior a los que es capaz de generar. No se trata sólo de una sustitución del hombre por la máquina, sino de nuevos hábitos y productos que conllevan la deslocalización de los centros tradicionales de producción y la eliminación de intermediarios en la cadena distributiva. Hoy existen empresas que obtienen grandes beneficios contratando a muy pocos trabajadores. Muchos modelos de negocio se han ido al traste y las autoridades políticas y económicas están aplicando fórmulas pretéritas que carecen de validez, mintiéndonos o directamente ignorando una realidad implacable. Urge la administración del escaso empleo existente (y del que pueda originarse) para ofrecer una formación específica a quienes pretendan desempeñar una labor profesional. Si además no ofertamos empleo en nuestro territorio, la única salida posible y desesperada será la de alimentar una economía sumergida muy precaria.
 
Sucinto diagrama de barras sobre la evolución de la tasa de parados en Europa

4. OPINIÓN PROPIA:

Nos han tocado tiempos desgraciados, ¿pero es que hubo alguna vez un mundo feliz y paradisiaco como la supuesta Edad de Oro que los griegos mitificaron? El mismísimo Jorge Luis Borges confesó en una ocasión que se compadecía de cualquier persona que hubiese vivido en cualquier siglo, pues estaba seguro de que cada época histórica conlleva sus propias calamidades. La crisis sistémica que estamos atravesando es de tal envergadura que la reciente promesa del presidente de gobierno, Mariano Rajoy Brey, consistente en crear dos millones de empleos en los próximos dos años, nadie puede creérsela.
Seguimos utilizando patrones antiguos para resolver problemas nuevos, cuando puede que esas viejas recetas ya no funcionen. La economía ha desplazado a la política como factor fundamental en la estructuración social. Las ideologías sirven más bien como un desiderátum que se estrella contra la realidad financiera. Y la crisis actual, que no es sólo de modelo de crecimiento y empleo, sino también de valores morales, no parece que pueda resolverse en manos de políticos per se, sino más bien por economistas que propongan la distribución de los empleos existentes y la canalización formativa dirigida a los que puedan crearse en esta era tecnológica que todo lo ha trastocado.
Habida cuenta de que las máquinas esta vez sí que disminuyen los puestos de trabajo de una forma drástica, deberíamos plantearnos la posibilidad de crear una sociedad del ocio subsidiado, de potenciar una organización social tendente a la creatividad y la realización personal y familiar, porque las escasas posibilidades de empleo van a centrarse en el sector terciario (restauración, atención sanitaria, servicios sociales de ayuda a enfermos y tercera edad, turismo, etc.). El problema es hasta qué punto las naciones que escojan este camino podrán mantener su estatus privilegiado frente a otras que, aún en vías de desarrollo, continúen por la senda de la productividad exacerbada, la austeridad salarial y los derechos laborales bajo mínimos. No sé si será posible mantener las ventajas de la opulencia de los países occidentales en un nuevo mundo bipolar.
 
Las crisis, como las guerras, enriquecen a unos pocos en detrimento de muchos

No hay comentarios:

Publicar un comentario