sábado, 18 de enero de 2014

Breve ejercicio de comprensión y redacción

Estos dos elementos, Oriol Junqueras y Artur Mas, un payés obeso y un simiesco obtuso, pretenden crear una nación catalana como una panacea universal, cuando no solamente no son capaces de solucionar ni un solo problema de los que sufren los catalanes, sino que además los agravan, desviándose de su verdadera tarea como gobernantes

ENCADENADOS
A UN SOLO LENGUAJE

Toda catástrofe política empieza siempre por una catástrofe lingüística. De la misma forma que toda creación tiene su comienzo en el verbo, todo derrumbe presupone también un derrumbe lingüístico. Sin derrumbe previo de lenguaje, mal puede seguir nada luego desmoronándose. Nada social, se entiende. Sin creación de lenguaje, difícil lo tiene asimismo una creación. Las cosas sociales se crean y se destruyen empezando por el lenguaje y cualquier operación de derribo político implica una operación anterior de derribo lingüístico.

Catástrofe quiere decir desastre, destrucción, y asimismo «trastorno moral grave» y «cosa muy mal hecha». Toda «cosa muy mal hecha» socialmente, por tanto, empieza siendo cosa muy mal hecha lingüísticamente, y todo «trastorno moral grave» social, un trastorno lingüístico. Añade Moliner en la voz catástrofe: «suceso en que hay gran destrucción y muchas desgracias, como en un accidente ferroviario grave».

Es fenómeno conocido que los políticos, no sólo de este catastrófico país, hacen un uso desmedido y fementido de metáforas. Lo mismo que hay quien sale por peteneras, los políticos salen por metáforas: es su cante popular. Con ellas describen, analizan, prometen o hacen balance. También amenazan. La amenaza de los nacionalistas catalanes, como no podía ser menos, nos llega con una metáfora, la del choque de trenes. Si no nos dan lo que queremos los nacionalistas, que es la traducción del uso metafórico que ellos hacen del «diálogo», se producirá un «choque de trenes», un «accidente ferroviario grave», como en el ejemplo de Moliner, un suceso en que habrá «gran destrucción y muchas desgracias».

«Se producirá», «habrá»: como si se tratase de un desastre natural y no de un trastorno provocado, como si, en el caso de producirse, no fuere debido a que, por seguir en la metáfora, un tren iba contumazmente en sentido contrario al hasta ahora. El desastre natural exime de toda responsabilidad; el provocado no. ¿Pero cómo hemos podido llegar hasta aquí?, nos preguntamos al llegar a unas alturas de vértigo; ¿cómo hemos llegado a que nos amenacen con «gran destrucción y muchas desgracias»? Vargas Llosa se lo preguntaba recientemente recordando sus años barceloneses. A comienzos de los setenta, cuando vivió en Barcelona, había nacionalistas catalanes, cómo no, pero uno podía pasar allí cinco años sin conocer a ninguno. ¿Cómo una minoría tan pequeña ha llegado a tanto?, se interrogaba.

Todo empieza siempre por unos pocos, y todo empieza por el lenguaje. Porque esas «inexactitudes, fantasías, mitos, mentiras y demagogias» con que Vargas describe al nacionalismo catalán son, en primer lugar, lenguaje, creación de lenguaje. Goebbels lo supo bien y fabricó lingüísticamente a Hitler y a su movimiento. Al igual que los nacionalistas catalanes, los falangistas fueron en su origen un puñado con un nuevo lenguaje vibrante y, de los nacionalsocialistas alemanes, cuánta gente no recordaría después, echándose las manos a la cabeza, que no eran más que un «pequeño club irrisorio que nadie tomaba en serio».


Condado de Aragón y condados de Occitania en la Edad Media


No sé si Vargas estaría aún en Barcelona cuando las manifestaciones en que se coreaba «Libertad, amnistía, estatut de autonomía». Lo escribo así, en parte en español y en parte en catalán, porque era lo que mayormente se gritaba. O, más bien, lo que decíamos muchos eran cosas como «libertad, amnistía y una tía (o un tío) cada día». Éramos así de chulos. Y así nos ha ido. Lo del estatuto nos traía al pairo a los manifestantes del montón, para quienes los nacionalistas no eran más que un club irrisorio y retrógrado. Pero les hicimos eco con nuestras gracias, el caldo gordo, como luego ha seguido haciendo la izquierda desde entonces «cavando su propia tumba y minando la democracia», como bien dice ahora Cercas. Por cierto, cabría preguntarse por qué, en el lema de aquellas manifestaciones, no figuraba, como parecería lógico y necesario en aquellas fechas, la palabra democracia.

Pues bien, en esos primeros setenta, Jean Pierre Faye publicó un extraordinario volumen sobre los lenguajes totalitarios traducido en seguida al español. Como su extraordinariedad no atañía sólo al contenido sino a su tamaño, mil páginas grandotas, el libro pasó desapercibido y pronto se retiró del mercado. Una lástima, porque sus análisis del lenguaje hitleriano suministran claves, con las distancias que hacen al caso, para nuestras cuestiones. Una de ellas consiste en que el nacionalsocialismo no sólo utilizaba un determinado lenguaje, sino que conseguía hacer hablar a los demás con sus palabras, inducirlas en los otros.

Desde «Estado español» en lugar de España o esos adjetivos que le ganan la plana al sustantivo, como en «lengua propia» o «discriminación positiva», hasta el reciente «derecho a decidir», sintagma chusco en una democracia donde se decide continuamente según las reglas que la hacen ser tal, los nacionalismos realmente existentes en nuestro país han ido imponiendo su verbo. Con su martilleo continuo y la generación de un eco, han inoculado en los demás, sin mayor oposición ni reserva, vocablos y sintagmas, ortografías y conceptos por zarrapastrosos y zopencos que sean. Hasta la Audiencia nacional, véase la sentencia del caso Faisán, habla su lenguaje: el soplo a la red de extorsión de ETA, dice, no pretendió «entorpecer el proceso en marcha para lograr el cese de la actividad de ETA». «Proceso» y «actividad» son, así utilizadas, palabras de ese lenguaje, de su práctica de sustitución por sustantivos abstractos de cosas y hechos de evidente concreción. La «actividad» de ETA son sus crímenes, y el «proceso» es como llaman al conjunto de prácticas sustitutivas de las propias de la democracia. La «trascendencia del incidente», llamaba, como vio Santiago González, un editorial que comentaba esa sentencia a «las consecuencias del delito». «Figuras», «siluetas», mandaban quemar las SS en los campos de Polonia.

Si decimos «actividad», «incidente» o «figura» en lugar de crimen, delito o asesinado, nos hemos pasado a otro lenguaje y es ahí, en ese paso y ese ámbito, donde el nacionalismo ha ganado y sigue ganando sus batallas antes que en ningún otro. Han triunfado con un discurso cuyas «inexactitudes, fantasías, mitos, mentiras y demagogias» no sólo no han sido óbice para su avance sino una de sus mayores bazas. Porque quizá no baste constatar que «la distancia entre el discurso y la realidad se ha hecho abismal», como dice Gregorio Morán en su «La decadencia de Cataluña», pues a ese abismo y a ese discurso están encadenados hoy no sólo los nacionalistas. La realidad es también producto del lenguaje, y nada dice pues contra ella el hecho de que no haya existido jamás. Hasta que la catástrofe con que nos amenaza su usurpación por el relato nacionalista no nos estampe su estafa con «gran destrucción y muchas desgracias» para todos.

(Tribuna de opinión escrita por el escritor José Ángel González Sainz publicada en el periódico “ABC” el lunes 13 de enero de 2014)

José Ángel González Sáinz
(Soria, 1956)
Escritor, ensayista y traductor

ACTIVIDAD DE COMPRENSIÓN LECTORA

1. Lee el texto:

Tarea personal e intransferible. Reléelo y busca palabras en el diccionario para comprenderlo a plena satisfacción.

2. Subraya lo más importante:

Vide ut supra.

3. Sintetiza en un enunciado su tema:

Tema: "La manipulación lingüística de la realidad a cargo de los nacionalistas".

4. Resúmelo:

Del mismo modo que en el principio fue el verbo, al final también las palabras precederán a la destrucción. Antes de que algo se desmorone, primero se derrumba el lenguaje. Los hechos sociales e históricos se crean  y destruyen gracias a la manipulación lingüística de los mismos. Los gobernantes y políticos de toda laya lo saben y utilizan metáforas en ese sentido. Un desastre artificialmente creado por los hombres puede ser convertido en una catástrofe natural e inevitable con el uso de verbos impersonales o imágenes alusivas a accidentes fortuitos. De esta manera, los manipuladores eximen su responsabilidad, porque el desastre natural no es imputable a sus actores, carecería de gestor.
En Cataluña, una minoría ultranacionalista ha inundado a toda la población con sus proclamas secesionistas. El premio Nobel Mario Vargas Llosa en persona se ha llegado a preguntar cómo una facción tan exigua ha podido intoxicar a toda la población, cuando en su origen no era más que una especie de club pintoresco y reaccionario. Al igual que los nazis, los nacionalistas han conseguido que los demás empleen su mismo discurso soberanista propagando la unanimidad sobre esta cuestión de forma inapelable. Hoy todos dicen "Estado español" para eludir mencionar a España. Con una ideología plagada de "inexactitudes, fantasías, mitos, mentiras y demagogias" han logrado implantarse en las mentes de quienes los escuchan. Y el resultado lamentable es que han generado una realidad para su propio beneficio que, fundamentalmente, es el producto de un lenguaje torticero con el que nos manipulan y estafan.


Radicales independentistas quemando una bandera española y otra francesa ante la pasividad del gobierno español y la supuesta connivencia de la Generalitat catalana en la celebración de la Diada, el día nacional de Cataluña


5. Escribe de forma reflexiva tu propia opinión:

Los políticos conocen el arte de crear un problema donde no lo hay para luego presentarse como los adalides capaces de solucionarlo. Si en el sistema capitalista vemos cómo su principal defecto es la inestabilidad congénita y la ávida rapacidad venal de sus clases poderosas, el mal ejemplo del soberanismo catalán propugnado por los nacionalistas bebe en ambas fuentes: quieren más autonomía hasta llegar a la independencia final, quieren más poder y dinero para sí mismos, no quieren saber nada de dar o compensar a otras regiones más desfavorecidas, quieren su utopía secesionista incluso a costa del desequilibrio socioeconómico y la pobreza subsiguiente que, para el resto de España y ellos mismos, pudieran provocar.
¿A qué tanto ombliguismo catalanista que pareciera estar usurpando al pueblo judío y la tierra prometida por Yahvé? ¿Es que no tienen cotas de autogobierno tan altas que hasta se dan el lujo de sufragar embajadas por esos anchos mundos de Dios? ¿Por qué hablan tanto del "derecho a decidir" si saben que previamente se han pasado treinta años lavando el cerebro a las recientes generacionees con el timón de las competencias educativas en sus manos? Sí, se han esmerado durante tres décadas en sembrar el odio hacia todo lo que suene, represente o evoque a España y lo español.
¿A qué tanto derroche para financiar el egoísmo colectivo del catalanismo? ¿Por qué esa hybris, esa locura de soberbia? ¿Acaso ignoran que los dioses la castigan? Deberían ser más humildes y comprender que, en un mundo tan extenso, su estatura es mínima. Mejor harían en respetar los cinco siglos de historia común española, y no andar tergiversando un pasado en el que existió la Corona de Aragón, pero jamás el reino de Cataluña.


Cataluña es una de las regiones más hermosas de la península ibérica

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