LA PRENSA EN LA ERA
DE LA POSVERDAD
Dos aportaciones culturales
definen a Occidente y ambas se relacionan con la verdad, su búsqueda y su
acceso público frente a narrativas de ficción que aparecen en todas las
culturas humanas, incluidas las escasamente desarrolladas. La primera
contribución es el método científico: la mejor forma de encontrar la verdad y
publicarla. Y la segunda es el periodismo, que persigue el mismo objetivo.
Filósofos posmodernos (aplaudidos por cierta universidad y cierta izquierda y
derecha) como Feyerabend, quien sostiene que no hay diferencia entre ciencia y
cuentos de hadas; o Lyotard, quien afirma que la ciencia es solo una narrativa; o
Derrida, cuya obra ataca lo que él denomina el logocentrismo; es decir, el
pensamiento producto de la lógica y la razón que ha implantado en las
universidades occidentales una aversión a la verdad. De esos lodos llegan asesores de
Trump que hablan de "hechos alternativos", productores de fake news y
posverdad. El problema se agrava en facultades con programas de estudios
culturales donde estos pseudo pensadores —que ensalzan la narrativa de ficción,
frente a los hechos y datos— tienen gran presencia.
Paul Feyerabend
(Viena, 1924 - Zúrich, 1994)
Filósofo de la ciencia postulador del anarquismo epistemológico y la inconmensurabilidad de dos teorías cuando no hay un lenguaje común
La búsqueda de la verdad —ya sea
a través de la ciencia, la filosofía o el periodismo— es un logro cultural, no
una necesidad biológica. Es decir, puede ser prescindible (no se puede vivir
sin agua, pero sí sin cultura, aunque sea una existencia miserable). Por otra
parte, a la mayoría de la población (incluso a aquéllos con necesidades vitales
cubiertas) les basta un sustento cultural precario basado exclusivamente en la
ficción: ya sea mitología, literatura, cine o religión. Plantearse una
curiosidad más ambiciosa —lo que hace la ciencia y el periodismo— no sólo
implica rigor, sino, sobre todo, algo mucho más escaso, valentía y hasta
heroicidad, tal y como demuestra la historia de la ciencia y del periodismo,
ambas asombrosamente parecidas. La biografía de escritores, pintores, cineastas
o arquitectos tiene, en general, menos épica que la de científicos y
periodistas. La verdad, además, guarda una
contrariedad —bioquímica— añadida: el sesgo de confirmación. El cerebro humano
busca sentirse bien y odia que le lleven la contraria. Nuestro organismo
segrega un neurotransmisor —la dopamina— que se estimula en situaciones de
placer, entre ellas, cuando escuchamos algo que confirma nuestras ideas; pero
no necesariamente cuando nos encontramos con la verdad.
Jean-François Lyotard
(Versalles, 1924 - París, 1998)
Filósofo, sociólogo, teórico literario y analista de la posmodernidad
Esto explica que el periodismo,
como actividad cultural cuyo objetivo es buscar la verdad y hacerla pública,
tenga tantos enemigos. Más que la literatura o el cine. No sólo políticos
—desde Trump hasta Correa o Maduro en América; desde Le Pen a Pablo Iglesias en
Europa—, sino de una parte de la sociedad a la que le produce dolor saber la
verdad y, por el contrario, siente placer —como lo sentían los jesuitas cuando
alguien refutaba a Galileo-—cuando les presentan "hechos
alternativos" a la manera de Trump, que genera una narrativa que confirma
su idea. Insisto en el periodismo como
cultura porque en estos momentos donde, por ejemplo, la ciencia se ha
globalizado (China es el segundo productor del mundo), el único producto
cultural genuinamente europeo no es el cine (también existe en China), ni la
literatura, la pintura, la música o las universidades. El único producto
cultural que nos diferencia es el periodismo. Y no como contrapoder (aunque es
sano que haya muchos contrapoderes); sino como limpiador de cristales. El
periodista limpia los cristales que el poder —político y económico, pero
también cultural, académico o científico— ensucia deliberadamente (a través de
gabinetes de prensa, redes sociales, etcétera) para ocultarle a la sociedad los
hechos. El periodista descubre para que la sociedad decida.
Sin embargo, frente a los
cineastas europeos que no tienen empacho en pedir más dinero al Estado, o a los
científicos, que siempre quieren más para sus experimentos, me pregunto por qué
el periodismo y los periodistas somos reacios a considerarnos actividad
cultural y solicitar financiación pública para que podamos subsistir. Muchos
dirán que el dinero público compromete la información. ¿Acaso el cine español es
pro PP por recibir ayuda estatal? ¿La universidad o la ciencia española son
progobierno por obtener dinero público? Existen múltiples maneras de financiar
la cultura (y el periodismo es, sobre todo, cultura) sin que ésta se vea
comprometida con el poder financiador. Es cierto que el periodismo, como
toda actividad humana, ha cometido errores; pero... ¿acaso no ha dañado el cine
a la sociedad con sus arquetipos de amor romántico o científico loco? ¿Y las
series de televisión no perjudican al extender ilimitadamente narrativas para
clavarnos en el sofá y aparcar el activismo social? ¿Acaso la universidad no ha
cometido errores como cuando Cambridge nombró doctor honoris causa a Derrida?
¿Acaso la ciencia no ha cometido errores?
Una investigación que publicamos en el próximo número
(abril) de la "Revista Española de Investigaciones Sociológicas" demuestra que
incluso para actividades tan antisistema y digitales como WikiLeaks, la
sociedad occidental sigue confiando en los denominados quality press (prensa de
calidad) para saber qué es WikiLeaks y si merece la pena creer en ella. La
"International Encyclopedia of Communication"
(versión 2008, editada por Wolfgang Donsbach) señala que existe un
consenso no escrito en definir quality press como periódicos y revistas que:
(1) se dirigen a la intelligentsia; es decir, las élites y los decision-makers
de un país; (2) su distribución es nacional; y (3) proporciona cobertura amplia
y profunda de noticias, contextualizando la información con antecedentes. Esta
quality press es un producto cultural genuinamente europeo y estadounidense que
merece la pena defender y financiar. Frente a la televisión, que induce al
infoentretenimiento, que es algo que siempre apoyan las dictaduras, la prensa
de calidad es el único producto que no sólo engrandece la cultura, sino también la
democracia. Pero, curiosamente, es lo único que no se financia desde los
poderes públicos.
(Artículo de opinión escrito por Carlos Elías y publicado
por el periódico “El Mundo” el viernes 23 de febrero de 2018)
Carlos Elías
Licenciado en Ciencias Químicas y Ciencias de la Información,
además de Doctorado en Ciencias Sociales
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