El nuevo trío matamoros: Carme Forcadell, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, tres delincuentes fuera de la ley que deberían estar dentro de la cárcel
DÍAS DE INFAMIA
Vivimos días de infamia
(descrédito, deshonra, maldad, vileza, en el diccionario de la RAE). Para mí
sigue contando mucho el crédito (o la reputación) y la honra (palabra por
cierto pariente de «honorable»), que me remite a respeto y a la honestidad.
Admito incluso cierta tolerancia con la maldad. Pero lo que no soy capaz de
sobrellevar es la vileza, que me parece una expresión destilada de la
indignidad. Cuando contemplo lo que está sucediendo (suceso es el término más
adecuado) en Cataluña, se me vienen a la cabeza esas palabras (infamia, sobre
todas ellas) y me pregunto si las palabras en que yo creo se las ha llevado el
viento (el temporal) o es que ya da todo igual. Quizá sea que ya no encajo con
las modas de estos tiempos de la posverdad en que parece que se nos hubiese
nublado el conocimiento y anulado la razón; en que las ideas han quedado
reducidas a lemas; en que el pensamiento se ha sustituido por el espectáculo,
los sujetos por seguidores y la ciudadanía por el público (y para algunos, el
pueblo). En que la reflexión ha dejado paso a una banalidad convertida en
bálsamo mágico de encantamientos de fascinación (y fraude) social; y en que lo
que importa no es la realidad sino la distorsión que se hace de ella.
Acoso de la independentista turbamulta infame a la policía nacional
que acudió a Cataluña para defender la legalidad democrática
Es esto lo que me deja atónito
cuando oigo hablar a ese trío, igual de dotado para el sainete que para el
drama, formado por Junqueras, Puigdemont y Forcadell. Aunque les confieso que
lo que me ha llevado a un absoluto estado de desolación (y a un voluntario
exilio como antiguo seguidor culé) ha sido el ver llorar a Piqué. Como
experimento además un hartazgo, que supongo ampliamente compartido, no sé si la
famosa DUI (“Declaración Unilateral de Independencia”, que a mí me suena a
dispositivo contra el embarazo no deseado) me pillará viendo la televisión.
Dejo, por eso, los análisis políticos para otros y prefiero ahondar algo en la
clave psicológica de este «independentismo en el diván» capaz de imaginar todos
los agravios y de ignorar todas las asimetrías. Las asimetrías de un modo de
relación que cuenta con un himno para aplaudir y otro para silbar; que
considera libertad de expresión abroncar a un jefe de Estado y no tolera la más
leve desaprobación a un jugador del Barça; que establece como democráticos los
derechos de su mitad mientras deja orillados a los de otra mitad, al parecer
sin derechos; que invoca diálogos que acalla a voces; que denuncia violencia
física y ejerce violencia institucional; que ha alcanzado ese refinado grado de
maldad que consiste en presentarse como propietarios de la bondad.
Violencia intimidatoria de los secesionistas con gritos, insultos y escupitajos hacia la Guardia Civil para que abandonase los hoteles de Calella donde se hospedaban
El edulcorado independentismo «friendly»
de antaño (el de los chicos con gafas coloridas de patilla recta que se han
descubierto daneses y miran por encima del hombro para convertir la diferencia
en preeminencia) ha transmutado ahora en un «independentismo insurgente» (¿a
base de mezclar los trajes de “El Corte Inglés” con las camisetas del Born?)
empecinado en arrastrar al «pueblo» a un viaje hacia ninguna parte, o mejor,
hacia esa parte en que las élites (el nacionalismo es una mercancía de élites,
que compran fácilmente las supuestas izquierdas progresistas) se hagan más
dueñas de su exclusivo (y excluyente) país. Un independentismo que quiere jugar
el partido en el campo que en cada caso más le convenga, a la carta, «sui
generis» para no establecer fronteras económicas y mantenerse en el euro, para
construir un nuevo Estado pero sin cambiar de pasaporte (español). Y todo
unilateralmente, negando y desafiando la ley, poniendo en jaque a la nación, a
la democracia, a la Constitución y llamando a la insurgencia.
Furgonetas de la Guardia Civil en Calella abandonadas a su suerte en medio de una marabunta de fanáticos e intolerantes separatistas que los acosaban
Nadie se había atrevido a tanto (ni en Escocia ni en
Quebec, tan inspiradoras en otros tiempos), ni nunca como ahora había llegado a
tal dislate lo que se presentaba como una “revolución de las sonrisas”
conducida por cínicos personajes sin reparos para la argucia, el engaño, la
manipulación y el ventajismo. Pero ya no es tiempo para bromas. Para la broma
de que decidan unilateralmente ellos lo que también me afecta a mí; de que me
retiren el derecho a decidir que tanto invocan y yo también tengo; de que
fracturen una sociedad para muchos años; de que impongan con su ruido la ley
del silencio. Para la broma que no toleraría ningún Estado europeo de dejarse
arrebatar el 20% del PIB, ni el bienestar y la convivencia alcanzados en 40
años de Constitución, y hacerlo, además, con una complaciente sonrisa.
(Artículo de opinión escrito por Juan Antonio Vázquez García y
publicado por el periódico “La Provincia” el sábado 7 de octubre de 2017)
Juan Antonio Vázquez García
(Boo, Aller, Asturias, 1952)
Doctorado en Ciencias Económicas y Empresariales
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