TÚ NO SABES
Tú no sabes, Señor, mis ansiedades,
y que quise en el vaso de la vida
beber la espuma alborotada y loca.
Acércame a los labios esa copa
en que brinda tu Amor sus suavidades.
Y haz que tenga al beber en esa fuente
el pecho humilde y la manera suave,
la temblorosa ingravidez de un ave
que se posa a la orilla de un torrente.
Es que a la sombra de tu bien, dormida,
para labrar mi mal, quedaré inerte.
Si tan bien aprendí lo que es la muerte,
¿por qué no he de saber lo que es la vida?
MI DOLOR
Es un dolor mitad melancolía,
mitad iracundia desbordada y fiera,
que unas veces en llanto degenera
y otras veces es fuerte rebeldía.
Es que puse en amar la poesía
todo el calor de la interior hoguera,
y a impulso de ese fuego, brotó fuera
la lava del volcán que dentro hervía.
Y al ver que vierto mi interior esencia
y la absorbe la seca indiferencia,
¿queréis que os pinte mi dolor ignoto?
Es cual, si por mi culpa envilecido,
a un hijo viera de mi amor nacido
solo y hambriento, despreciado y roto.
ASÍ FUE
En noche helada, cual ninguna oscura,
de aquel balcón tan tibio en el verano,
con el hierro, al rozar, sentía la mano
un intenso dolor de quemadura.
Yo, temblando de frío y amargura,
te hice saber que conocía el arcano
de tu extraño vivir, luchando en vano
con tus vicios sin freno y tu locura.
Me llamaban furiosa, y conmovida,
te di el adiós que decidió la vida
con una voz que el llanto entrecortaba…
Se tropezó tu mano con la mía,
y tan fría la encontré, pero tan fría,
que como el hierro del balcón quemaba.
LA BARCA DE PEDRO
Va surcando su proa las edades
que rezan en la estela de su quilla,
iRememos por amor en la barquilla
que viene desde el mar de Tiberíades!
Agruparnos en bloque de piedades
bajo la enseña, blanca y amarilla,
para arribar con bien, a la otra orilla
en un firme varar de eternidades.
¡Pescador en el mar de Galilea!
Lleva siempre en tu barca la presea
de la España Imperial, Grande y Cristiana.
Que ir bogando en tu nave es lo que importa,
y ante la playa eterna del mañana
la singladura de la vida es corta.
AYER
Ayer, indiferente, he despedido
la postrera ilusión que me alentaba,
¿qué puede ya importarme? Si he perdido
la que ceñida al corazón llevaba.
¡La dorada! ¡La azul! ¡La solo mía!
¡La que tanto mimé y amaba tanto!
Tras un violento espasmo de agonía,
fue enterrada la tarde aquel día
en la fosa común del desencanto.
(Poemas escritos por Ignacia de Lara)
(Las Palmas de Gran Canaria)
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