martes, 12 de julio de 2016

Los valientes son los legendarios


Víctor Barrio Hernanz
(Grajera, Segovia, 1987 - 2016, Teruel, Aragón)
Torero inmortal
 
LA CONDICIÓN HUMANA
 
El antitaurinismo español tenía una dignidad, una nobleza histórica. Hasta bien entrado el siglo XX, cuando las corridas eran aún el gran espectáculo nacional de masas, la polémica sobre la lidia formaba parte del eterno debate sobre el ser de España. Desde Mariano José de Larra, Miguel de Unamuno o Jacinto Benavente hasta José Ferrater Mora o Salvador Pániker, los detractores de la fiesta eran gente docta que discutía con otros intelectuales en pie de igualdad; ilustrados que denostaban la tauromaquia como símbolo de una mentalidad anclada en el pasado.
 
Arte, estilo, valor y finura eran el marchamo de Víctor Barrio
 
Hasta el más inflamado de aquellos propagandistas, como el bizarro Eugenio Noel, sustentaba su diatriba en un fundamento ético. Más que la lidia aquellos intelectuales impugnaban la esencia del casticismo, un código de valores que mantenía al país varado en un atraso histórico. Esa controversia estaba inscrita en un contexto de reflexión patriótica y formaba parte de la preclara tradición filosófica del regeneracionismo.
 
Hermoso y arriesgado pase de espalda del gran torero segoviano
 
El menos profundo de esos escritores o ensayistas se sonrojaría ante la majadera liviandad de los actuales antitaurinos, ese ejército de desaprensivos mequetrefes tuiteros, de payasos antisistema y de ecologistas talibanes cuya compasiva bondad animalista inhibe cualquier atisbo de empatía por la muerte de un ser humano. Un oponente del toreo con mediana lucidez encontraría en la tragedia de Víctor Barrio una elemental munición lógica contra la continuidad de la fiesta; lo que a ninguno se le ocurriría es celebrarla como un triunfo de la res, una especie de acto de justicia poética.
 
Víctor Barrio dando un pase al natural con las piernas fijas en el suelo
 
Semejante simpleza es algo casi peor que una felonía moral; constituye una clamorosa demostración de estupidez, un monumento de estulticia rencorosa y banal que desarma al movimiento prohibicionista, no ya de razón, sino de respeto. Con el exhibicionismo de su desnudez mental estos zascandiles deshonran la seriedad de su propia causa; no existe la mínima posibilidad de mantener una discusión racional con seres impregnados de una frivolidad tan mentecata, fundamentalistas botarates de raciocinio (si es que se le puede considerar así) enfermizo.
 
El diestro realizando un preciosista farol de rodillas en Valdemorillo
 
Existen muchos españoles a los que la fiesta de toros aburre tanto como un partido de béisbol o que contemplan las corridas como vestigios de arqueología antropológica, reliquias vivas del patrimonio cultural. Lo que estos contemporáneos indiferentes –y mucho menos aquellos honestos críticos novecentistas– no podían, o no podíamos siquiera imaginar, era que llegaría un momento en que la defensa de la tauromaquia se convirtiese en un ejercicio de oposición a la intolerancia, en un compromiso necesario con la libertad.
 
El lidiador en sincronización perfecta con el toro
 
Menos aún, que acabaría relacionada con la simple salvaguardia de la compasión, con la reclamación imprescindible de la primacía de la condición humana frente a la indigencia ética de una sociedad envilecida. Y lo que es más grave, una primordial reivindicación de la inteligencia frente al inquietante imperio de la memez.
 
(Artículo de opinión escrito por Ignacio Camacho
y publicado en el diario “ABC” el lunes 11 de julio de 2016)
 
Víctor Barrio ofreciendo al público el tercero de la tarde, un toro de 529 kilos de peso y pelo negro bragado llamado "Lorenzo" que acabaría con su vida en la Plaza de Toros de Teruel

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