viernes, 7 de septiembre de 2012

El símbolo de la decadencia de nuestra época

 
LOS CAMINOS DE NUESTRA
RESTAURACIÓN SON INESCRUTABLES
 
El "Ecce Homo" de Borja ha aglutinado en una imagen todos los síntomas de nuestro tiempo. Es como un grito de horror muncheano ante los incendios que nos azotan, la situación económica de marasmo sin luz al final del túnel, la desmantelación del estado de protección social, nuestro sistema educativo de promoción de la analfabetización masiva, las cifras millonarias de parados, los robos de la banca, el afán recaudatorio de las administraciones, los nacionalismos de taifas, las dietas injustificables de jueces y políticos, las listas de espera sanitarias o la desertización del suelo con el verano más caluroso de los últimos cincuenta años.
 
 
¿Sigo? Pues ahí está la mercantilización del cine que conduce a la elaboración de películas hueras de contenido donde lo que cuenta es el efectismo visual de las imágenes, la pérdida de los valores del respeto a las tradiciones o del esfuerzo humilde y sostenido, la asunción egoísta del sálvese quien pueda por todas partes, la imposición del miedo en los ciudadanos para gobernarlos como súbditos sumisos o la esclavitud en la contratación de trabajadores en condiciones precarias. Es cierto que nunca hubo una edad de oro para la humanidad. No se trata de nostalgia de un paraíso perdido, pero el exceso de reglamentaciones recae sobre los ciudadanos normales, mientras que sobre la delincuencia reincidente lo único que se hace es engrosar el currículum de los infractores que por una puerta de la comisaría entran y por otra salen.
 
 
España es hoy un país que difícilmente saldrá adelante habiendo educado a varias generaciones con la retórica del maná caído del cielo sin necesidad de sacrificarse, la hipocresía de la solidaridad para encubrir a las mafias que trafican con inmigrantes, la superposición de poderes administrativos municipal, autonómico y estatal, el odio independentista contra quienes se sienten españoles o la maraña burocrática que se cierne sobre quienes con iniciativa intentan ser emprendedores. España, el país de la envidia, no se solaza más que con las mediocridades, y si alguien quiere destacar, lo alancea como a un toro. He ahí el placer español: la crueldad de  disfrutar ante el ídolo caído.
 
 
Lo malo es que ahora mismo el país entero es un desastre donde nadie asume responsabilidades y muchos cometen el atrevimiento de desempeñar funciones que no están preparados para ejercer, desde el fontanero que hace una chapuza, el mecánico que estafa manipulando una avería, la médico forense que confunde restos humanos con huesos de animales, el sindicalista liberado que no trabaja, hasta el diputado que nunca presenta una moción ni pide la palabra en una completa legislatura. Hemos ido demasiado lejos en el terreno autóctono de la picaresca y no se puede engañar todo el tiempo a todo el mundo.
 
 

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