"Viajero junto al mar de nieblas"
(1818)
Caspar David Friedrich
(Greifswald, 1774 - Dresde, 1840)
EL TURISTA Y EL VIAJERO
Podemos aceptar que los deseos, las intenciones
y el motivo diferencian al viajero del turista… que el viajero quiere saber y
el turista sólo ver… que el viajero quiere ser y al turista le basta con estar…
Los viajeros están más prestigiados porque tienen mejor literatura (la de
viajes), mientras que la palabra “turista” se usa también para despreciar (“son
impresiones de turista”, “no es un profesional, es un turista”).
El viaje acompaña a la humanidad a lo largo de
la historia; el turismo llegó en el siglo XIX con la máquina de vapor y su
velocidad. La velocidad es igual a distancia partida por tiempo, y el tiempo
marca una diferencia: el viajero iba para largo y tenía necesidad de adaptarse.
El turista va y vuelve tan rápido que no precisa cambiar nada. Algunos ni
siquiera se cambian de ropa.
Ahora, viajar es el desplazamiento más rápido
entre el punto A y el punto B, y se puede pasar del invierno al verano, por
ambientes climatizados, en menos de 12 horas. Me gusta pensar que el jet-lag se
debe a que el cuerpo del que viaja regresa a casa antes que su consciencia
plena. Antes, en los viajes por tierra, variaba el paisaje, y en las
pernoctaciones, transbordos y esperas cambiaban los países y las lenguas. En
los viajes por mar, el clima iba mudando, y las semanas a bordo daban tiempo a
hacerse a la idea de vivir en otro continente con otras leyes, costumbres y
pueblos. El cuerpo y la consciencia llegaban a la vez.
La etimología también señala una diferencia en
la actitud: la palabra “viaje” incluye el camino (vía), y “turismo”, la vuelta
(tour). El viajero va, el turista vuelve. En nuestro mundo, los viajes son tan
rápidos y fáciles que los pueden hacer incluso los turistas (en clase turista).
La principal dificultad de esa figura histórica que llamamos viajero era entrar
en el país y abrirse camino. Lo difícil para el que viaja en la actualidad es
salirse del circuito turístico, ese camino cerrado. La industria turística se
ha extendido por tanto mundo y con tantas modalidades que adjetiva cualquier
actividad que uno haga fuera de su casa. Hay turismo gastronómico, cultural,
interior, de costa, de congresos, etnográfico, sexual, solidario, sanitario,
religioso... El viajero desarrollaba cada una de esas actividades en un momento
dictado por su necesidad o su voluntad, sin especializarse en practicar una o
dos en un plazo de 7 días/6 noches, como hace el turista.
Da igual cómo quiera sentirse uno. En el mundo
de los viajes rápidos y fáciles, el forastero es un turista para el lugareño,
el hombre es un guiri para el hombre. El que se adentre en busca de la realidad
más profunda del país que visita será un turista rural a los ojos del
campesino. El que permanezca dentro del circuito turístico será un cubierto a
los ojos del hostelero; un huésped, a los del recepcionista, y un incauto
distraído por los edificios viejos, a los del carterista.
¿Qué tiene de malo ser turista? Los que no creen
que las vacaciones sean un tiempo para la idiotez saben ser educados y
discretos fuera de casa y se interesan en conocer el país que visitan
respetando sus costumbres, sus entornos y a sus habitantes. Se trata de no irse
de vacaciones de uno mismo.
(Artículo
de opinión escrito por Javier Cuervo y publicado
por el diario “La
Vanguardia” el jueves 9 de agosto de 2012)
Javier Cuervo