MONDO CANE
La sociedad española está abatida. La gente no se mueve por no gastar. Apenas sonríe. Braseada a impuestos, azotada por una pandemia de desempleo como no recordábamos, el pesimismo del ciudadano común y corriente tiene connotaciones de negrura que no desentonarían en un cínico de las escuelas helenísticas menores o en un maestro sofista del periodo de la Ilustración griega. Vemos cómo familiares, amigos, vecinos o conocidos se quedan en paro, cuando no somos nosotros mismos los que acabamos en las listas del INEM.
Ni el éxito de Mercadona nos consuela. Dispuestos a someterse a las necesarias cirugías sin anestesia –éste es un país de gente buena en su abrumadora mayoría–, muchos recelan de tanto sacrificio porque no están seguros de que sirva como cura definitiva. Y, mientras aceptan la expiación, la oblación económica, la fatalidad de un futuro incierto, contemplan cómo cada día surge un nuevo caso de corrupción que atufa aún más el ambiente de depresión nacional. Primos, «cuñaos», yernísimos, clientes o esos políticos que apenas pueden ocultar la esclavitud que les ata a la materia –que diría Schopenhauer–, el desfile de vilezas y corruptelas está dejando anonadados a los curritos en paro, con hipotecas pendientes y dos críos en preescolar.
Con este panorama, es posible que la economía sumergida no sólo no vaya a achicar, sino que aumente como recurso último de supervivencia. Me respondía ayer un profesional que se negaba a hacerme factura: «¿Que no defraude? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Para que sean ‘‘ellos’’ los que se lo lleven crudo en vez de mi familia?». España necesita hacer reformas. Morales, sobre todo. La diosa Némesis, custodia de la humana condición, nos ha puesto a cada uno en nuestro sitio. (Aunque, como siempre, a unos más que a otros. Perro mundo).
(Artículo de opinión escrito por Ángela Vallvey y publicado
en el diario "La Razón" el viernes 9 de marzo de 2012)
Ángela Vallvey Arévalo
(San Lorenzo de Calatrava, Ciudad Real, 1964)